miércoles, marzo 29, 2006

CUMPLEAÑOS DE ABRIL... 13 de Abril Trinidad Andreani 16 de Abril Colomba Silva 21 de Abril Martín Cárcamo 25 de Abril Antonia Andreani
Queridos lectores del blog la fámilia, Le he pedido autorización a la dueña de este blog para pasar mi pequeño aviso ecónomico " NECESITO ENCONTRAR PEGA" sin querer dramatizar les puedo contar que los ingresos de mi familia ( es decir los que vivimos bajo un mismo techo) son casi NADA, .Todos estamos trabajando, pero con unos sueldo que no nos permiten solventar ni los gastos más básicos. Estoy segura que con la ayuda de ustedes me será más facil poder encontrar un trabajo. Estoy abierta a cualquier tipo de trabajo y en cualquier parte. Les agradezco de antemano su preocupación y pasenle el dato a TODO EL MUNDO . Esta comprobado que la mejor forma para encontrar trabajo es a traves de contactos ( también parejas ,que igual me sirve)

martes, marzo 28, 2006

¡ QUE VERANO!!!! Durante ese verano, que estábamos en Algarrobo, me pusieron nuevamente a una profesora particular de ingles de nueve de la mañana hasta las diez todos los días. Como la María Elena Marinovic estaba en mi casa nos encontrábamos a las once en la playa de San Pedro, para que mi mamá nos arrendara un bote e ir a la isla remando, que en ese entonces era una verdadera isla ya que estaba separada del continente y podías dar vuelta alrededor de ella. La travesía de la vuelta completa alrededor de esta, solo debía hacerse en lancha con un adulto, por lo que después de desembarcar en la isla, nos volvíamos y nos instalábamos en el muelle del Yachting a pedirle a cualquier persona que pasara, que nos llevara en a dar una vuelta. Ese verano fue para mi uno de los más entretenidos de mi vida. Cuando la María Elena llegó, me contó que le gustaba Luis Ignacio Cabezón Gil, un niño rubio, de ojos azules, enormes pestañas largas y chuzas, de cuerpo atlético, muy buen alumno de sexto año de humanidades del colegio Saint George de Santiago. De hecho egreso con promedio siete, SIETE. Me lo presentó un día en la playa del Yachting, y aparte de encontrarlo súper buen mozo, era el amigo de mi prima. Pero a los pocos días la cosa estaba cambiando. Hacíamos guerras de agua de un bote a otro. Él, en el bote rojo que ustedes conocieron, el Pincoy, y nosotros en el bote que mi mamá nos arrendaba, la cosa era hundir al otro echando agua con los remos, y cuando estábamos con la soga al cuello que ya nos hundíamos, él aceptaba que yo me cambiara a su bando. Esa fue la primera manera de demostrarme que andaba detrás de mí. Hasta que un día después de ir todos los días al Yachting a bailar de siete a nueve, me preguntó si yo quería pololear con él. Le contesté la verdad, que tenía que conversar con la María Elena, ya que ella andaba detrás de él, y yo no quería hacer lesera. En esa época, lo máximo en música era los Beatles, y se me declaró con un disco, que nuevamente hoy está de moda. "It’s time to make a changes". Cuando llegué a la casa le dije a la María Elena que quería hablar con ella, nos sentamos en los muros de contención de piedra y le conté que Lucho se me había declarado. Su primera reacción fue decirme que entonces se volvía a Santiago, pero Lucho me había dicho que la quería como amiga y que jamás se le ocurriría pololear con ella, por lo que decidió quedarse. Fue súper duro decírselo, “PERO EL AMOR ES MÁS FUERTE”. Al día siguiente, nos encontramos en la playa del Yachting, e inmediatamente fue al grano, y me propuso que lo acompañara a remar hasta la isla. No habíamos acabado de subirnos al bote preguntándome que cual sería mi respuesta. Yo no sé si lo hizo rápido para no tener que remar tanto por si le decía que no y devolverme a la playa, pero cuando le dije que sí remó con más fuerza como para llegar lo más pronto posible a la isla y darme el tan esperado beso. Estábamos felices. En la isla desembarcamos y no me acuerdo que hayamos hablado, pero sí era un tipo mucho más culto, tremendamente inteligente, en comparación con los lolos que yo había conocido hasta ese momento, y por lo tanto entretenido. Era transparente, más que un niño de pecho, y …………recuerdo con mucha nitidez me decía que yo era preciosa, que me quería mucho etc., etc. Estábamos pololeando cuando llegó la época de la semana Algarrobina. Recuerdo tres historias:
1.- El tío Santiago le había prestado la casa a la Anita con su marido Álvaro Bergeret, y ellos invitaron a su hermana Nanina con su marido Iván Vial, y los niños de ambas, para una fogata en que cantaba la Gloria Simonetti, que estaba en sus inicios, volvimos tarde a la casa, encontrandola oscura y la empleada maniatada. Según ella habían entrado ladrones.
En el comedor permanecían servidas las tazas de leche, que una vez probada nos percatamos con mucho temor que en vez de azúcar tenían sal, en el espejo del vanitorio del baño, se encontraba escrito con pasta de dientes, no me acuerdo que estupidez, algo así como "muerte", y algunas camas tenían la clásica sabanita corta, otras las abrían y te encontrabas un palote o una inmensa araña pollito - obviamente muerta - en fin poco a poco fuimos descubriendo que los ladrones eran la Anita y comitiva.
Partimos super temprano en la mañana y con pasta de zapato y Rouge les pintamos el auto con toda clase de garabatos e improperios, cosas que no lo pudieran mandar a lavar, sino que tuvieran que lavarlos ellos. El desquite no les gustó mucho, pero debieron aceptarlo no más. No tenían otra alternativa, y Alvaro con cerca de sesenta años, y unos anchos shorts, lavó meticulosamente su clásico ford.
2.- Esta historia se refiere al baile de disfraces con que se cerraba la semana Algarrobina. Se nos ocurrió con la María Elena y la ayuda de todos los de nuestra casa, disfrazarnos de empleada niñera y guagua. Como ella era morena, sería la niñera y yo la guagua.
Los disfraces eran auténticos, ya que la María Elena usaría el delantal azul, con una pechera blanca, y cofia blanca en su cabeza, que estaba recién comprado para que lo usara la empleada. Ella aportaría un moño, y un lunar cerca de la boca. ¿Se han fijado que es común en las niñeras ese toque?
Yo, bueno yo.... me vestí con un baby doll, por supuesto que se asomaban los pañales debajo de un calzón de goma, el necesariol babero que era de utilería, ya que recortamos una blonda de papel que se usa para colocar bajo una torta, y con calcetines blancos, botines blancos – esto fue fácil, ya que estaban de moda - y una gorrita, junto a la mamadera y el coche de paseo que me había facilitado la Nanina, del menor de sus hijos, mi difráz quedó de maravilla.
Mi papá nos dejó a la entrada del club de yates, que para acceder a sus salones debías atravesar un pasillo de unos 60 metros de mezcla de tierra y arena. El público se aglomeraba y abriéndonos paso por entre una fila de gente entre los cuales también se encontraba Lucho y el jurado. Lucho ansioso esperando nuestra llegada con su grupo de amigos y ninguno de los dos sabíamos de que se disfrazaría el otro. La Anita y nuestra familia estaban ahí también ya que después se tomarían un trago en el segundo piso del club para esperarnos hasta las doce y media de la noche, hora que finalizaba la fiesta para los jóvenes.
La cosa es que estábamos entrando y como las ruedas del coche se quedaban pegadas en la arena, la María Elena me ordenaba: - ¡Levántate huevona, que no te puedo, levántate! ( Risas y más risas ) - ¡Levántate huevona que el coche se queda pegado en la arena!
Yo con esta orden lo único que hacía era reírme y hacerme pipí en los pañales, y así entre grito, empujones y ordenes pudimos entrar. Lucho que estaba en el pasillo mirando todo este espectáculo, se mataba de la risa. Él estaba disfrazado de pirata, y los que ganaron eran unos siete tipos disfrazados de funeral, portando una ataúd. Demás esta decirles que debí ir al baño sacarme el pañal meado y salir como si nada ocurriera. Esto era el pan de cada día, hacernos pipí, yo no sé si por la flojera de no ir al baño para no perdernos nada o si sufríamos de alguna enfermedad. Los pantalones terminaban siempre rompiéndose enteros de lo quemados que estaban. En la playa era fácil disimularlos, porque hacías como que tenias mucho calor y entrabas al agua y listo, pero en otros lugares era espantoso, tratar que no se dieran cuenta los demás.
Esa noche después de bailarnos todo, Lucho fue a acompañarme a buscar a mis papas, y no me soltó la mano. Era la primera vez que me veían de la mano de un pololo, o por lo menos eso era lo que yo creía, ya que en caso de encontrarme con ellos soltaba inmediatamente la mano. La forma de tomar la mano de Lucho, y eso ocurrió hasta el día que murió, era con una fuerza como si no quisiera que me arrancaras de él. Ahí, conocí a muchos de sus amigos como a Rodrigo Fernández, que actualmente es director de cine y ha trabajado con el equipo de Jacques Cousteau, y que mi familia lo encontraban espantoso, porque en ese tiempo no era común el pelo largo y los mostachos a lo Salvador Dalí, Osvaldo Pazols, Pedro Gazmuri, Juan Manuel Ortiz, Gonzalo Peñafiel, y muchos más.
Y la tercera anécdota de esa época, es una que casi todas, nos moríamos de vergüenza.
Volviéndonos de la casa de la Anita como a las nueve y media de la noche, junto a mi mamá, la Drina, la Katy, Pepe y nosotras dos, pasó una camioneta con dos tipos que se detuvieron como para mirar a este grupo de mozuelas. Mi mamá era flaca y de noche, no tenían porque saber que ya tenía sus años. “DE NOCHE TODOS LOS GATOS SON NEGROS”. Seguimos caminando con destino a nuestra casa, y nuevamente volvió la camioneta, pero con tres tipos y nos alumbraron metidos desde dentro de uno de los bosques del trayecto. Mi mamá en su desesperación saltó una cerca de metro treinta estilo tijera, sin ningún problema, y gritaba ¡Auxilio! No más fuerte que cuando tratas de decir un secreto sin que el otro te escuche, golpeó la puerta de esa casa y les explicó a los dueños entre taquicardia y cansancio que estos tipos nos perseguían......., que ella estaba con puras niñitas......, que su marido trabajaba en Viña y que llegaba los viernes..... etc. Estos vecinos le dieron coramina, remedio típico para el corazón, no se si para regularizar su ritmo o para evitar un infarto, y después de un breve descanso y recuperada las fuerzas nos despedimos amablemente de tan gentiles algarrobinos para continuar nuestro camino que ya estábamos a dos cuadras de nuestra casa. No alcanzamos a cruzar, cuando nuevamente la camioneta desde el bosque prende las luces y mi mamá se mete a la casa de unos turcos que tenían una fiesta, casi frente a la anterior. Nos encontrábamos en lo mejor contándole nuestra desgracia, cuando entran tres muchachos de unos veinte años, que al verlos, los reconocimos en forma inmediata, como los jóvenes de la camioneta. A punta de codazos, le explicamos a mi mamá, que eran los de la camioneta, pero estaba tan embalada comentándoles a estos vecinos que no nos creyó, y continuó con el cuento de las niñitas..., de su marido en Viña...., de los hombres que nos seguían etc. Los turcos le ofrecieron a mi mamá que fuéramos a la comisaría a dejar la constancia, y que después ellos nos llevarían a nuestra casa. Mi mamá feliz aceptó ir a la comisaría, dejar la denuncia, y después nos llevaron a nuestra casa. Obviamente, que con todo este despelote, nos quedamos las mujeres conversando en el living de nuestra casa, que tenía un tremendo ventanal. Estábamos en eso cuando del bosque frente de nuestra casa, se prenden nuevamente las luces de la camioneta. Ahí los gritos eran tremendos, hasta que mi mamá se puso a llamar al cuidador Ignacio, que vivía en una casa atrás de nosotros, que compartía con un primo de los turcos que nos llevaron hacer la denuncia, y que para más remate, uno de los chiquillos que andaba en la camioneta era el hijo del dueño de la casa donde vivía nuestro cuidador. La sorpresa fue grande cuando en vez de aparecer Ignacio, aparece el hijo del turco de atrás, que insisto era uno de los que andaba en la camioneta, el mismo que nos prendía las luces, el mismo que nos encontramos en la casa de su tío que nos llevó a la comisaría. Escuchó todo el cuento de los hombres malos, y se ofreció que cualquier cosa que pasara, lo llamáramos porque el vendría. A todo esto nos queríamos morir de vergüenza y por más que le explicábamos a mi mamá, ella hacía caso omiso de la tomadura de pelo a que estábamos sometidas. Al poco rato apagamos las luces de toda la casa para que no nos vieran los hombres malos, y nuevamente, los turcos prendieron las luces de la camioneta, mi mamá nuevamente gritó hacia la calle de atrás, y nuevamente apareció el turco, pero esta vez con una carabina o escopeta, - la verdad que no sé distinguir una de otra - la cual fue rechazada ya que nadie sabía usarla. Así estuvimos hasta las tantas de la noche, o hasta cuando a los lolos les dio sueño, y el juego terminó. Al día siguiente no nos atrevíamos a ir al Yachting, y cuando aparecimos en la tarde, ellos se reían del susto que no habían hecho pasar, y el loco que habíamos hecho. Con la María Elena queríamos morirnos y matar a mi mamá.
A don Román en esa época no lo conocí, pero a la señora Ester, María Elena, Carlos y Román que era chico sí. De don Román tenía una película de un señor extremadamente exigente, mal genio y fregado, que todas las niñas querían casar a su hijo, por lo que su postura frente a cualquiera era de agresividad y soberbia, sobre todo intelectual. Ellos tenían una lancha con cabina que don Román había construido con planos traídos desde USA, y junto a la ayuda y las peleas en el garaje, habían logrado poner en agua dicho proyecto. En la semana mientras él estaba en Santiago trabajando, la señora Ester, se las prestaba a los chiquillos para ir a esquiar, o ir a dar una vuelta alrededor de la isla. También la señora Ester era super cómplice con Lucho, le prestaba el Jeep Land Rover, para que fuéramos a ver la puesta de sol a Mirasol. Lo pasábamos fantástico, hasta que llegó el 28 de febrero y cada uno debió partir a sus respectivas ciudades. Carlos Cabezón viajó con nosotros a Viña invitado por Pepe, y Lucho me prometió tres cosas: 1. Yo debía mirar todas las noches la luna entre diez y diez y media porque ahí sabríamos que los dos estábamos en ese minuto mirando algo común y pensando en el otro. 2. Que ahorraría al máximo su mesada, para poder ir a verme los fines de semanas, ya que yo solo una vez al mes podía ir a Santiago a la casa de la María Elena y 3. Que me escribiría seguido y llamaría todos los miércoles a las seis y media de la tarde, antes que llegara su papá de la oficina. Ya en ese entonces era moderno para sus cosas, me dijo que el no tenía prejuicios que yo lo llamara. Aprovechó de ir a Viña por el día, cuando fueron a buscar a Carlos. Hablábamos con una frecuencia tremenda, yo aún no cumplía los quince años, y él solo tenía diecisiete. Aún recuerdo su olor a Solbronx, bronceador típico que él usaba, sobre todo en su nariz. El contraste de su tono bronceado, con su pelo rubio y sus intensos ojos azules de enormes pestañas, que lo hacían tremendamente estupendo....... Ay!!!!! El amor, el amor, el amor....

lunes, marzo 27, 2006

AY MI NONA....! “Parece como que todo esta íntegro; que nada muere y solo tú moriste, que todo acude y solo tu fallaste, que corre hasta el castor y baja el topo y solo tu, los pies te rebanaste. Gabriela Mistral”
La nona estaba mal, cada día peor. Ya no se levantaba y los últimos días había entrado en coma, eso significaba que dormía todo el día y solamente le mojaban los labios con un algodón, para que algo de agua absorbiera. Sus quejidos típicos como una “ah” cada vez que respiraba habían cesado, el silencio en la casa era más notorio. Andábamos en puntas de pie, hablábamos en voz baja, la nona se estaba apagando.
El seis de junio de mil novecientos sesenta y siete, antes de partir al colegio, entramos a despedirnos de la nona como todas las mañanas. Seguía en estado de coma, y su respiración era casi imperceptible. Mi mamá, la monjita, y mi papá estaban en la pieza. Las dos jaulas de los canarios que mi madre había colocado en la ventana, permanecían también en silencio, no había razón para cantar y así cerca de las ocho de la mañana partimos con la Drina al colegio, como cualquier día. No alcanzamos a entrar a la tercera clase, cuando la inspectora del colegio, nos fue a buscar a nuestras salas, para avisarnos que mi papá nos venia a retirar. Estaba de más que nos dijera para qué. Las dos ya lo sabíamos. En silencio nos subimos al auto, y mi padre casi en el mismo silencio nos avisó que la nona había muerto.
Al llegar a la casa subí las escaleras corriendo y me dirigí a la pieza de ella. ¡NO ESTABA!, tan solo había un catre clínico desarmado y una pieza entre ordenada y vacía. Grite desesperada donde estaba, y sentí que me decían en el living.
¡Qué espectáculo!. La nona en su última cama reposando en el living, esperando que los trámites se hicieran y una carroza la llevase a su iglesia. Me había saltado tantos pasos. No entendía nada. Me falto ver su último suspiro. ¿No era acaso mi derecho?, me falto ver con que traje la vestían, y descubrir si sus rodillas eran tapadas. No pensé que la encontraría en una fría urna y un cristal de su rostro nos separaría. ¿No pensaron que me quedaron besos guardados para ella y que ya nunca más se los daría? Ese día se veló en la iglesia de los Carmelitas.
La misa se llevó a cabo al día siguiente a las once de la mañana. Una vez finalizada, el cortejo partió rumbo a Santiago, al cementerio General donde estaría junto al nono, en el mausoleo familiar. Durante el trayecto, debimos detenernos en varias oportunidades, dado que las flores y coronas, se volaron del carro mortuorio producto de la velocidad o del viento o de la cantidad. Es poco lo que recuerdo, aparte de pensar, que era muy macabro parar, recoger las flores, ver que los autos que nos pasaban miraran con cara ¡Qué lata!, Mientras escuchaba como un sonsonete, la conversación que Toño tenía con mis hermanas, ya que mis padres partieron en otro auto. Pareciera ser que en la adolescencia, el duelo es llevadero con la compañía y apoyo de parientes y amigos. Pasaron meses, y aún yo sentía el Milka con que la nona llamaba a mi mamá, o el mamá con que llamaba no se si a su mamá o mi mamá junto a el jadear de su respiración.
Luego de un período prudente, volvimos al dormitorio que había sido de la nona. Mi mamá se encargó desde pintarlo hasta cambiarlo de tal manera, que nunca tuve susto de dormir en la pieza en que ella había fallecido, claro que dormía junto a la Drina.
La cosa es que al poco tiempo me lancé con el tercer pololo, este ya era un poco más en serio. Se llamaba José C., no me acuerdo mucho del pololeo en sí, solo que se me declaró en una fiesta de mis vecinos Patricia Howard, para sus quince años, con un disco de Mamas and the Papas que se llamaba “I call your name”, y que cada vez que lo veía andaba con chaqueta de gamuza y colonia flaño, que era lo máximo.
Era íntimo amigo de Mario M., que hace unos diez años atrás se salió de la ducha por que le salía el agua helada, fue a ver los balones de gas y para ver si había escape prendió un fósforo, quemándose más de un 75% de su cuerpo, muriendo en forma dramática a los pocos días. Dejó a una viuda de siete meses de embarazo y dos niñitas.
Pepe C.i, como les decía, ya tenía dieciocho años, por lo que los papas le prestaban el auto los sábados después de almuerzo y nos íbamos al rugby a ver los partidos. Otro escalafón habíamos subido andábamos con gallos que ya manejaban.
Bueno después que peleé con Pepe, me puse a pololear con un tipo estupendo que se había metido a la Escuela Naval, y que era un antiguo amigo. Hijo de madre viuda, viva en el interior de Reñaca, que por ese entonces era bastante lejos, más adentro que el colegio Mackay, se llamaba Carlos R., era moreno de ojos almendrados verdes, nariz respingada, perfecto para mi gusto. Con él íbamos a caminar todo el día por Viña, y después de misa de doce, no íbamos a la avenida Perú para estar solos, ya que todo el mundo se iba a la calle Valparaíso a pasear y vitrinear. Con él duré más de tres meses y peleé cuando nos íbamos a ir a Algarrobo de veraneo. Después intentó muchas veces volver conmigo, pero ya era etapa superada. Me porté pésimo, ya que le creaba expectativas y después desaparecía. En fin, él sentía que yo “jugaba con él” como me lo dijo una vez.

domingo, marzo 26, 2006

EL AMOR Y LOS CAMBIOS......
"Podrá nublarse el sol eternamente; podrá secarse en un instante el mar; podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal. ¡Todo sucederá! Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amar Gustavo Adolfo Bécquer”
Este verso eran los típicos que aprendíamos en los inicios de nuestra etapa romántica, aquella en que uno escucha una canción y lloras. Ya me había cambiado de colegio, al Saint Margaret School, debido a que había repetido, y a que la Drina no le había sido renovada la matrícula por mala conducta.
Resulta que después de terremoto del año 1965, gran parte del colegio de la Monjas Inglesas, había sido dañado en su estructura. Esas tremendas salas, estaban agrietadas enteras y era un peligro para el alumnado, por lo que las monjas se vieron forzadas a comprar unas casas prefabricadas, me parece que del Hogar de Cristo, que instalaron en el patio del fondo. Como todo el mundo andaba con la paranoia del terremoto, algunas alumnas esperaban ir al baño, para por fuera de las clases mover las casitas y hacer como que era temblor, por lo que todo el mundo salía corriendo y la clase se iba a la mierda.
Existía también un gran árbol de peorrillas, que las niñas sacaban los frutos que eran reventados dentro de las salas de clases no pudiendo el profesor enseñar su materia. Bueno esa fue la razón por la cual llamaron a mi mamá, y echaron a la Drina del colegio.
Durante ese verano que pasamos en Algarrobo, en donde nuestra rutina era levantarnos, ir a la playa, arrendar un bote para llegar a la isla, subir a almorzar, pero antes pasar por el kiosco del Guate lápiz, para que anotara en la cuenta de mi mamá un helado, que era la bencina como para poder llegar hasta arriba, de ahí almorzábamos, bajábamos a la playa de San Pedro, donde la mamá tenía carpa y ahí nos juntábamos un grupo grande, en círculo acostados todos boca abajo a conversar de lo choro que éramos cada uno y a programar encontrarnos en la costanera como a las siete, para ir a ver la puesta de sol a la puntilla y de ahí a las nueve y media, ir a buscar a mi mamá a la casa de mi tío Santiago, o ir a bailar al Yacting, para regresar a la casa donde la nona con la enfermera nos estaba esperando.
Pero como dije a raíz del cambio, se agregó que todos los días de nueve a once de la mañana, teníamos clases particulares de inglés, dado el nivel de ingles del colegio nuevo y en el que las monjas inglesas, solo se habían quedado con el sobre nombre y nos habían enseñado a decir apuradas “good morning” En todo ese teje y maneje conocí a través de Pepe, a Juan Antonio Fierro, un niñito hijo de un neurocirujano muy conocido, que por Pepe averiguaba, cual sería la respuesta si el se declaraba. Me acuerdo que una tarde después de volver de la casa del tío Santiago, el Pepe que andaba con él me preguntó que le diría yo si el se declaraba, lo que le contesté que sí. Entonces me pidió que fuéramos a dar una vuelta a la manzana, la cual era bastante grande, y rodeada de puros bosques. Salimos a caminar en silencio y cuando estábamos a punto de llegar a Los Acacios 1980, me pregunto: - Ana María, ¿querí pololear con migo? - déjame pensarlo y te contesto mañana Después de esa respuesta el se fue a su casa, y entre Pepe y la María Elena, me convencieron que le dijera que sí.
Al día siguiente, bajamos todos a la playa, pero ya nos empezábamos a ubicar en la playa del Yachting, donde Pepe le robaba a mi mamá los cigarros Parliament que Rolando le traía de Panamá. Estábamos fumando, cuando apareció Juan Antonio y todos se fueron para dejarme sola y yo dar la respuesta. Nos acostamos como de costumbre boca abajo y me pregunto: -¿Que decidiste? -¡Decidí que sí! Pero ya eran cerca de las dos por lo que nos fuimos junto a la María Elena y Pepe a almorzar, en el camino íbamos tomados de la mano, pero ninguno de los dos hablaba, las manos no las movíamos, como si fueran de fierro y enyesadas. En la tarde cuando bajamos al Yachting a bailar en la terraza entre las siete y nueve de la tarde, lo primero que hice al verlo fue patearlo. Estaba absolutamente estresada de estar pololeando. No me acuerdo si lo seguí viendo o no, pero disfruté mucho más mi soltería.
También ese verano ocurrió un accidente en mi casa. Resulta que entre los dos pinos que habían a la entrada, mi mamá había colocado una hamaca de lona celeste con blanco listada, y la Rosa- creo que se llamaba así - la enfermera de la nona por estar acostada en ella, la comenzó a balancear Ignacio, el cuidador de nuestra casa de algarrobo, hombre fuerte fornido, rubio de ojos azules y tostado por el sol. Era pescador, casado con dos niño, que vivía detrás de la casa de nosotros, y que se le avisaba cuando íbamos a ir, entonces él tenía la casa abierta, los pisos encerados, ventilada para el olor a humedad. Cómo era rubio, de ojos azules, debe haber sido un mino para esta cabra joven, y en medio de la conversa, el coqueteo o los manoseos que ellos tenían, la debe haber balanceado más fuerte de lo esperado, o no entraron los dos en la hamaca, y pum! que se cayó, estuvo con tec y debió ser llevada al hospital de San Antonio. Hasta que cuando se recuperó, ya se habían acabado las vacaciones y nuevamente volvíamos a Viña del Mar. De las cosas insólitas que nos pasaban era que mi papá nos iba a ver los Viernes hasta el Domingo y nos traía toda clase de provisiones y pagaba cuentas. Bajaba cada mañana a la playa, se sentaba bajo la carpa, y no se secaba ni siquiera los zapatos. Mi papá no era un hombre que usara por ejemplo pantalón gris y chaqueta azul, no acostumbraba a vestir en forma deportiva, por lo que él usaba era el pantalón del terno con su camisa blanca mangas cortas, lo que si hacía era un desarreglo, no se ponía la corbata. No recuerdo que jamás hubiese escuchado que mi papá estaba de vacaciones, a no ser que él las considerara como sábados y domingos, pero así como un día de semana para él ¡Nunca! También durante febrero se hacía la semana Algarrobina, en que participaba toda la juventud que se encontraba veraneando, junto a un cura extranjero que me parece que era sueco, y que era loco como las cabras, participando incluso de las gymkhanas. A nosotros este modernismo no lo podía creer, ya que acostumbradas con Monseñor Tagle, que aparte de besarle el anillo, solamente hacía misa y rezaba, no nos imaginábamos ver a un cura tan mundano, y daba mucho que hablar, entre las señoras de la sociedad Algarrobina, que probablemente confundían, su modo de llevar su celibato y su vocación, con el trabajo que hacía con la juventud, sobretodo si pensamos que estaba comenzando la locura por el “hipismo”.
Volvimos a Viña y el colegio nuevo fue lo mejor que me pudo pasar. El primer día de clase, yo me sentía una colegiala de Londres con uniforme de popelina príncipe de Gales, gris con blanco, hechura camisera, cinturón rojo, calcetines grises y blazer rojo. Era el único de todo Viña, ya que había salido la ley que los colegios que no tenían subvención del estado era los únicos en poder tener uniformes diferentes al resto, por lo que las monjas inglesas, habían dejado su uniforme escocés y cambiado por el clásico jumper azul marino camisa blanca y la corbata que diferenciaba un colegio del otro. Llegué al curso de 7mo año básico, y la primera frase que dijeron fue "Good Morning girls, put on yours pine form". Ese fue mi primer Plop. Yo había entendido perfecto el Good Morning, pero de ahí en más copié todo lo que hacían mis compañeras, a pesar que no conocía a ninguna. El curso era bastante más reducido que al acostumbrado, 23 alumnas y las profesoras y profesores también mucho más liberales. Tenía muchas compañeras que eran hijas de padres separados, y entre ellas y yo, no notaba mucha diferencia. Fue fácil hacerme amigas de las más revoltosas del curso como la Belinda Taylor Tapia, hija de un señor ingles, bastante mayor y una señora chilena de nombre Marta Tapia, que tenían dos hijas grandes incluso ya casadas. Para disimular el apellido Tapia le decíamos Belinda Taylor Tapaia, era una niña rubia de pelo ondulado, ojos azules a pesar que había perdido la visión de un ojo cuando era pequeña, por un accidente en un barco que se había caído y golpeado el ojo, pero ese defecto físicamente no se le notaba, Era una casa súper entretenida la de ella. Ubicada en ocho nortes con uno poniente, donde hoy hay un edificio, tenía una empleada vieja, que nos preparaba unos deliciosos tecitos, y además como tenía hermanas grandes y mentalidad de europeos, fumábamos como chimenea sin que el papá armara grandes escándalos, además la dejaban andar en auto con chiquillos, cosa que yo tenía que hacer a escondida. <!--[if !vml]--><!--[endif]--> Curso 2do E. Media 1967 Julio Yo, Rosa María Hevia, Jacqueline Howard, Nardi Salisburry, Mariana Polanco,María Eugenia Martini, Isabel Bengoa, Berta Ojeda, Oriana Torrens.
Durante el invierno el colegio cambiaba de uniforme para usar un jumper gris con camisa blanca, corbata gris con blanca, y la chaqueta roja। El deporte fuerte del colegio era el hockey, que a pesar de ser bastante buena solo duraba un tiempo por el asma, razón por lo que no quedé en la selección, cosa que me abría fascinado ya que se viajaba a Argentina, Uruguay y Santiago a competir, y además durante las clases y ensayos de este deporte te iban a buscar en auto los niños del colegio Mackay, por lo que dentro de tus compañera o incluso del colegio lograbas escalar otro peldaño de la fama, la de agrandada। Los sábados por la tarde, en invierno, una de las actividades que se agregaban era ir al Sporting, a ver jugar rugby a los del colegio Mackay que era como el colegio hermano de nosotras.
Otra de mis amigas, y que hasta el día de hoy conservo era la Oriana Torrens, una morena flaca de piernas largas envidiables y que por ser hija única de marino, era amistosa y mimada como nadie en el curso. Conocía y conoce a todo Chile, lo que era súper entretenido salir con ella. Estaba la Angélica Miranda, Vivian Bahuerle, Patricia Proromant, Isabel Bengoa, Carmen Gloria Necochea, Paulina Campbell, Belinda Taylor, mi amiga Astrid Urcullú, que el sistema de vida que tenía me llamaba tanto la atención. Vivía en ese entonces en la calle Libertad con doce nortes, con su padre, madre, abuela y hermano. El papá trabajaba en impuestos internos teniendo un puesto de gran importancia. La mamá era una señora rubia de pelo tomado como tomate, más que alba de cara, con una palidez, que nos provocaba terror cada vez que la veíamos, la abuela igual a su hija, pero con más arrugas y que le encantaba tocar el piano, y el hermano menor que apenas lo cotizábamos. Era raro que cada vez que iba a su casa la mamá estaba siempre encerrada en su pieza a oscura, las ventanas con las cortinas corridas donde no permitían que entrara ni una gota de luz, la abuela en su pieza, un silencio de cementerio y nosotras nos debíamos preparar el almuerzo. Siempre decía que su mamá estaba enferma.
Antes que finalizara el año, ya, comenzamos en forma relativamente seguida a juntarnos con chiquillos. Para no estar tan blanca en septiembre comenzábamos a ir a la playa de Acapulco a quemarnos, lo que también era una oportunidad para conocer gente, octubre y noviembre los bronceados se hacían en la playa de los Marineros o Salinas, para terminar a partir de diciembre en Reñaca, paradero cuatro, que también le llamaban el cementerio ya que todo el mundo se creía la muerte. A través de fiestas del curso conocí a Mario Riveros, un "hombre” de unos 16 o 17 años, que estaba en sexto año de humanidades, como cuarto medio de hoy, hijo de un conocido arquitecto de Viña, y que vivía en Miraflores. Eran varios hermanos, y súper buen alumno. - rara coincidencia, en general yo les gustaba mucho más a los aplicados que a los flojos.- Un día me llamó por teléfono para invitarme al festival de la canción del colegio de los Padres Franceses, del cual era alumno. Quedó de pasarme a buscar a las nueve de la noche, durante el festival me dijo que quería decirme si yo quería pololear con él, y yo le dije que sí, nos tomamos de la mano y después del intermedio nos volvimos a sentar en las graderías. Todos nuestros amigos, que hasta poco rato antes hacían de alcahuete, después de vernos de la manito, ya podían relajarse y así continuaban con su labor que entre chismes y copuchas formaban otro pololeo. Yo pienso que en esa edad los pololeos se armaban más por los cuentos románticos que iban y venían, que por el mismo sentimiento, y como me habían dado permiso hasta las once de la noche, nos fuimos caminando lentamente ha mi casa. Me dio un beso en la mejilla y se despidió hasta el día de mañana en que nos encontraríamos en misa de doce en los Carmelitas.
Así duramos un mes hasta que me aburrí y en una fiesta de su hermana, la Marilyn lo pateé. Después me contaron que anduvo muy triste, pero hasta me empezó a latear.

sábado, marzo 25, 2006

LA MUERTE, LA ENFERMEDAD, LOS ACCIDENTES,,,,RODEAN LA FAMILIA “Has hablado bastante y no te agrada No te gusta mostrar tus vísceras secretas Y sin embargo vuelves a caer en ello Protestas y repites la causa que te irritas Hablas te exhibes te rompes la carne Y permites la entrada a los ojos intrusos Quieres cortar las cuerdas que te unen a los otros Y vuelves a anudarlas Coges el aire lo haces tuyo y lo regalas Conquistas horizontes y los repartes Haces luz en la sombra y la entregas Como un paquete de soledades arrepentidas de su propia fuerza.”
Durante el comienzo del otoño de 1964, el tío Pancho se viene a vivir con nosotros. Vivía ya en ese entonces, uno de los peores momentos que un padre puede soportar. Una enfermedad irremediable, que tenía postrado por más de tres años a su único hijo, Panchito, de solo veintiún años. Entró a la clínica Santa María para realizarse unos exámenes, ya que tenía fuertes dolores de cabeza y habían sido descartados problemas a la vista, por lo que se le pidió unos exámenes más específicos a fin de observar algún daño en el cerebro y no volvió a estar más consciente de su vida. Muchos diagnósticos, pocas esperanzas. Y así, de meningitis a tumor en el cerebro inoperable. Dramática situación para toda una familia que lo había visto crecer y desarrollarse en todo el sentido de la palabra, pero por sobre todo había sobresalido como un gran deportista – waterpolista - y producto de su larga estadía en cama, comienza a sufrir las transformaciones propias de la falta de actividad, solamente su mirada perdida y quizás en su inconsciencia o conciencia sintió el amor que todos les entregaban, incluyendo a las enfermeras, que verdadero cariño le tomaron, y en forma muy especial a mi tía Magdalena, que durante todos y cada día estuvo a su lado, como lo haría una verdadera mamá. Traslados a Neurocirugía. Deben haber abierto una luz en un bosque, que rápidamente se apagó. No hay espacio. Vuelta a Clínica Santa María. Y por mientras su padre sobrevive en Viña, esperando o ese milagro imposible, o esa ansiada y pavorosa visita mensual, que solo traía desconsuelo y amargura a una alma más que golpeada.
La familia completa sufrió y vivió con y por Panchín. La visita de todos y cada uno a diario lo demostraba, a excepción de los que vivíamos en Viña, las cuales eran al menos una vez por mes. Era una realidad inevitable. Un tema que todo queríamos evadir. Había ingresado a nuestra familia el dolor de la inminente pérdida de uno de sus miembros, y nos afectaba a todos. Creó tanta incertidumbre porque se sabía que “no tenía remedio”, pero se desconocía cuando se desencadenaría la muerte. Los cuidados talvez la prolongaban. Una experiencia tan dolorosa que se complicaba más por la ignorancia del manejo de la situación. Nadie sabía bien que hacer, aparecían sentimientos ambivalentes, amor, rabia, mucha pena.
Es raro encontrar situaciones familiares, donde el dolor y el sufrimiento es lo único certero. El abandono también había sido su compañero.
Su mujer, y hablo del tío Pancho, no de sus hermanos o familia en general, abandonó la casa.
Neda también le produce daño -. Para gran parte de la familia, e incluyo a la tía monja, esto era un tema de constante desacuerdo con su forma de vida, por el solo hecho que alla era divorciada de un cantante de ópera europeo, y se rezaba pidiendo que volviese la cordura en él, y "dejase a esa mujer” y viviera en forma más cristiana.
¿Cómo no actuaron así cuando el tío arrancó del corazón de esa madre a su pequeño hijo? ¿Dónde estaban cuando le construyeron la casa en Evaristo Lillo para que volviese a Chile con “esa mujer” con la cual se había casado y nadie conocía, menos su hijo? ¿Quiénes eran ellos, que podían determinar cual, como y quién era la felicidad de un hombre adulto de más de cincuenta años? Han sido muchas las preguntas que en estos años me he hecho, obviamente todas sin respuestas. Como la conoció en uno de sus viajes a Europa, en Europa se casó, y por supuesto que el tío S. viajó para hacerle comprender que como se casaría, si su hijo ni siquiera la conocía, pero el tío Pancho era bastante difícil para escuchar consejos y puntos de vistas de otros. Se decía que si la Neda había dejado a su marido que era enfermo del corazón y un hombre importante de Europa, ¿Cómo podría estar con Pancho si no era por la plata, ya que a él si que había que cuidarlo? Mientras en Chile, bajo su orden, se construía en la calle Evaristo Lillo un bungalow, de acuerdo a su invalides usándose toda la tecnología y arquitectura que requería para por ejemplo usar silla de ruedas a futuro, por lo que, las puertas eran tan anchas como las de las clínicas, no había escalones, estares amplios, mucho ventanal, y una pileta donde más tarde llegó a vivir una rana llamada María Pía, dado que ese nombre estaba de moda para las niñitas de la sociedad Santiaguina. No faltaron los que con o sin razón le hicieron saber de andanzas verdaderas o falsas de la Neda. Yo no creo en tales. Solo recuerdo que en esa época se le veía más feliz que después de su separación y pelea con abogados a fin que devolviera los abrigos de visón y otros que en algún momento y para alguna ocasión especial, le habían sido regalados.
Soledad para mi primo por la ausencia de un hogar bien constituido con su madre, padre y hermanos versus la familia de su padre que lo adoraban, sumado al dolor físico eran a mi juicio, el resumen y balance de su vida, sin restarle importancia al amor de todos los Marinovic-Fabijanovic y especialmente de su polola Wendy.
Para mi Panchito, de una niña que cada día te adora más y más, con un amor que avanza día a día por un sendero sin límite alguno. Estas pocas palabras salen desde el fondo de mí corazón, para ti, mi vida, la persona a quién quiero más en este mundo. Tuya siempre Wendy 13-I-61” Y así entre cada visita, y los largos días de agonía de Panchín, llegó mi cumpleaños, el tío le dio plata a mi mamá, comprándome una preciosa chaqueta de gamuza con la cual había soñado. El vivir con él, era complicado, en las mañanas nos íbamos caminando hasta la avenida Perú, y su promedio era de cinco minutos por cuadra. De ahí descansábamos y esperábamos que mi papá a la una, le pasara a buscar. Después de almuerzo el tío dormía siesta, por lo que nosotros no podíamos jugar por el lado del garaje. Con cierta frecuencia hacía llamar a un abogado yugoslavo, un señor Magacic, el cual redactaba el testamento, no sé si lo habrá cambiado en múltiples oportunidades, pero sí recuerdo que más de una vez vino a nuestra casa, y la verdad que no sirvió de nada, ya que a su muerte no había ni un peso, y de sus acciones,- que tanto escuché hablar - fue como “lo que el viento se llevó”.
Después de su siesta, mi mamá le hacía las curaciones de una fístula que se le abrió en la cadera, a raíz de unos baños termales o de barro que fue con la Neda. Me acuerdo del riñón en que llevaban los instrumentos esterilizados, le saco el sombrero a mi mamá, yo me habría desmayado y por lo que describían, las posibilidades de contagiarse de una infección eran altísimas. La tristeza después de la muerte de Panchín le vino como un “morirse lentamente de pena” A comienzos del tercer trimestre, el tío Juan invitó a Pepe a un paseo a Coyihuay, un lugar con un camino muy malo. Irían los amigos de tío, El Doctor Heinz, el doctor Yankee, viejo alto y flaco, otras parejas de amigos, y en su burra iba Lukas con su mujer, la Maty que tenía como ocho meses de embarazo. Pasaron un día muy agradable en el asado, el cual generalmente lo hacía al palo, y a la vuelta, propusieron que Pepe se volviera con Lukas dado el avanzado estado de la Mati, y el riego que corría de apresurar el parto de esa guagua, por lo duro de ese auto. A mi parecer, creo que existieron razones de mucho más peso, como el exceso de alcohol que Lukas traía y el riesgo al que exponían a su mujer. Pero el cuento fue por lo poco que sabemos, que Lukas le comento a Pepe, que dejaran pasar a todos los autos, para hacer una carrera como “Papín Jara”.

La carrera no duró mucho.
El trago y una mala maniobra provocaron la tragedia, volcándose el auto, y saliendo despedido Lukas, mientras Pepe quedaba al interior. Los autos que venían más atrás detuvieron a los otros y bajaron la quebrada a ayudarlos, encontrando a Pepe en estado de inconsciencia, con costillas quebradas, y lo más grave, producto del rompimiento de vidrio del copiloto, casi se había cercenado la yugular. Los primeros auxilios se basaron justamente en como detener la hemorragia y en llegar lo antes posible a la posta de Viña. Para eso, estaba Gracias a Dios, estos médicos que habían participado del picnic. A Lukas lo creyeron muerto, y casi ni lo miraron, pero salió ileso, y como dicen en el campo “vivito y coleando”, otros pensaron “LA MALA YERBA NUNCA MUERE”. La segunda misión era avisar en mi casa lo sucedido. Recuerdo, como si fuera hoy, la llegada del doctor Yankee con anteojos redondos, mientras esperábamos que vinieran a buscar a mi amiga Isabel Andueza que había pasado la tarde en mi casa, y los gritos de mi papá y tío Pancho, que decía que si veía a Lukas lo iba a matar y la serenidad que caracterizó a mi madre siempre, para agarrar su cartera, sus cigarros y partir. De ahí, la huida rápida de la casa de mi mamá (Justo estaba escribiendo esta parte, cuando me llamo Pepe para avisarme que la Katy había chocado y se la llevaban a la clínica ha hacerse la alcoholemia, un mes después, al viejito que chocó murió) Parece ser que ahora no puedo avanzar y he dejado por un tiempo largo esta parte. La vida sigue avanzando, las cosas ocurriendo y mi hermana con este fortuito accidente, pasándolo pésimo. Cuando mi madre llegó a la Posta de Viña del Mar, se encontró con que a Pepe lo tenían en una cuna de guagua, doblado entero e incómodo, dado que no había camas disponibles, pero con un par de llamadas al Hospital de Niños, en cosa de minutos su traslado en ambulancia lo dejó al menos en una cama más cómoda. Al comienzo pasó un largo período inconsciente, y cuando comenzó ha hablar, empezó poco a poco a relatar, lo que había sido los últimos momentos antes del accidente, esta fue la forma, como mis padres se enteraron de verdad.
Cada tarde, después del colegio, acudíamos a visitarlo y a ver a mi mamá. Ella volvió junto con Pepe a la casa. A mis once años, impresionaba verle la cara, toda magullada, llena de moretones, hinchada casi deformada, con los ojos alrededor negros azulados y abiertos, llenos de sangre, en fin, proceso muy lento, no solo en la parte física sino su rehabilitación neurológica, y si a eso le sumamos la edad de los cambios, en que la cara crece, los dientes son enormes, el cuadro era patético.
A más de un mes, los magullones pasaron a costrones, la cara fue tomando su forma de niño-adolescente original y sus momentos de lucidez eran más largos. A mis padres les volvía la vida.
Durante su permanencia en el hospital, por casualidad visito Chile la reina Fabiola, quién era presidenta de los Hospitales para Niños y de la Cruz Roja Internacional, por lo que acudió a lo que para ella sería una visita más, y para nosotros una experiencia nueva. Las monjas que eran las que manejaban el hospital, lo mostraron reluciente, con un lejos de olor a mezcla de meta pío, con parafina líquida, y otros olores de sustancias químicas tan propias de esos recintos.
Era una mañana de domingo, y mi visita fue acompañada de Isabel Andueza, por lo que seguimos constantemente a la reina, y no hay foto en que no aparezcamos, al igual que se ve hoy en la televisión cuando entrevistan a un personaje en la calle, y los niños pequeños por atrás saludan para que los vean en su casa sus padres.
Como su recuperación fue larga, con ayuda de kinesiólogo, ya que volvió a casa cual robot de movimientos, se instaló en el tercer piso una jáquima a fin de ayudarlo con la movilidad del cuello, cosa que hasta el día de hoy le quedó como secuela, ya que solo acepta ciertas posiciones, sino le da tortícolis o debe en forma constante hacer un movimiento de cuello para colocar las vértebras en su lugar. En todo caso, físicamente solo tiene una pequeña cicatriz, producto del corte. Parece ser que también había quedado con problemas a la vista, ya que se pasaba cayendo, lo que si estamos todas las hermanas de acuerdo, que pasó a ser mucho más sobreprotegido de lo que ya era hasta entonces. No tengo sensaciones de celos a pesar que lo recuerdo sentado por horas en una de las piernas de mi papá, y por supuesto, los constantes regalos que los adultos le traían para mantenerlo más tranquilo durante su reposo, como los dulces que llegaban con exageración, autitos y otros. La casa era semejante a un hospital, la nona y su vejez, el tío Pancho su invalidez y su pena y Pepe su rehabilitación.
Mi mamá estaba en todas, pero si recuerdo grandes jaquecas que comenzó a sufrir.
A propósito de accidente. Estaba yo enferma de peste cristal, cuando decidimos con Pepe jugar al caballito, me levanté a escondida de la cama y como yo tenía mucho más fuerza lo subí a mi espalda y galopé por toda la pieza, Esto lo hicimos infinitas veces y nuestras risas iban increcendo cada vez más. El juego se ponía cada vez más emocionante, por lo que sin pensarlo le hice un caballito chúcaro que lo tiró de lado y se quebró la muñeca. Por supuesto que a los gritos de él, llegó mi mamá, quién sin pensarlo dos veces se lo llevó al Sanatorio Marítimo San Juan de Dios de Viña, a fin que le enyesaran la mano, mientras le avisaba a mi papá para que la fuera a recoger. A la vuelta, subió mi papá con Pepe en brazos y desde la puerta me increpó en forma muy seria “Esto es culpa tuya”. A mí me dieron muchas ganas de explicarle que nada que ver yo, que todo era culpa del caballo chúcaro, pero me di cuenta que no estaba de ánimo para explicaciones, por lo que silenciosamente acepté su descargo, mientras una suave sonrisa se esbozaba en la cara de Pepe. Pero cuando subió solo le dije que nunca más jugaría con él, por no contar la verdad. Con los años, cuando estudié Educación parvularia descubrí que el mundo de los juegos es tan real, que lo confundes con la realidad, no aceptando desde la perspectiva de un adulto el rol asumido en ese momento. Es así como existen los amigos imaginarios, los cuales tú los puedes describir perfectamente. Mi papá no entendió que yo no era la Ana María, era solo un caballo chúcaro. De hecho ya trabajando como parvularia, creé un rincón llamado “La casa” donde existía de todo lo que podíamos tener de una casa, como cocina, disfraces, camas, muñecas etc. y ahí puedes apreciar como los niños toman roles, y el juego es tan verídico y tan cierto lo que están viviendo, que en determinados momentos escuchar sus conversaciones, sino miras el porte, puedes llegar a creer que son de adultos. Y es algo universal. Creé el mismo proyecto en Isla de Pascua, y luego en Iquique, en los tres lugares, la imaginación, los roles, los amigos imaginarios funcionaron igual.
Con el accidente, Pepe agarró la costumbre que le aceptaran y concedieran todo, cosa que hasta antes de este hito, se había equilibrado en cierta forma, dado los adjetivos calificativos que para cada uno de nosotros nos transmitían mis papas. Katy: la lectora, la intelectual, la madura, la repostera, la MAYOR. Drina: la bonita, la dulce, la preocupada, la ARTISTA Yo: la floja, la divertida, la SIMPATICA, y las cosas de la vida, salí “miss Viña” Pepe: era el hombre de la casa y sus ojos. Era el REY
Los hobbies de Pepe fueron variados y caros.
Por ejemplo en una época le dio juntar estampillas y se iba a la calle Arlegui con Ecuador, donde en un segundo piso hay un señor filatélico, que le compraba cuanta estampilla se le cruzaba por la mente. Tiempo después quiso ser médico, y junto con comprarse instrumental, en la casa le coleccionaban una enciclopedia en facsímiles que le permitía entre muchas otras cosas operar gallinas de apendicitis en el tercer piso. Después vino un hobby bastante más caro. La pintura en óleo. Para eso se iba a la calle Valparaíso y compraba cajas completas con los colores en degradé, toda clase de pinceles, espátulas, paletas, en fin todo lo que la librería Mori le podía vender y lo cargaba a la cuenta de mi papá. Años más tarde, ya casada con Lucho que pintaba bastante, descubrí que con solo los colores primarios más y blanco y negro podías hacer todos los tonos que tú desearas. Cada tela que pintaba era donada al primer señor o señorita que tuviese la buena suerte de pasar ese día por mi casa. Es así como hoy hay cuadros hasta en Estados Unidos, si es que la gringa se lo quiso llevar y no lo dejó en un baño del aeropuerto. Con posterioridad el taller de pintor se esfumó, y apareció la mecánica. Entonces ya contaba con un local incluso. Se adueño de la lavandería y de la sala de planchado, colgando en sus murallas cholguanes perforados e instalando y pintando el contorno de cada herramienta que con el mismo proceder que el hobby anterior, en unas pocas horas él pudo armar. Hasta que ese hobby terminó y no tengo idea donde todo aquello fue a parar.
Pepe entrega de premio St Peters La Drina por su lado no lo hacía tan mal. Para una pascua quiso que le arreglaran el piso del garaje e instaló una boutique que vendía pañuelos estampados por ella, y flores mejicanas de papel crepé si no me equivoco. También el tercer piso era transformado en su taller, por lo que el óleo no desapareció siempre de mi casa, pero no fue su consagración tampoco, después vinieron los telares, las cerámicas, las alfombras, las clases de bahuer en fin para estar actualmente como una Violeta Parra, perdón Papic cualquiera.
tiñendo lana y colgando las madejas en la reja de entrada de su casa para que se sequen. Casi folclórico. Bueno, los días seguían pasando. La Katy continuaba dándoles muchas satisfacciones con sus logros tanto académicos como deportivos. Bastante seguido, debía acompañar a mi papá, que era el mejor hincha que se podía tener, a los distintos estadios, para ver las competencias de mi hermana, y que al parecer, cada vez reducía más el tiempo de llegado, en los cien metros planos. La Drina y yo continuábamos con la menstruación en forma constante y permanente a fin de no hacer gimnasia o jugar hockey. Esa era una diferencia notoria con la Katy, que hasta hace poco continuaba jugando tenis, y hoy se lo camina todo desde su casa hasta playa amarilla. Ida y vuelta
Bueno así paso un tiempo hasta que entré a otra etapa de mi vida. La de lola, si porque aunque ustedes no lo crean también yo realicé las mismas cosas que ustedes, claro que en muchas actividades no se me dieron las oportunidades que ustedes han tenido. No fui scout, por ejemplo, y por lo tanto no fui a campamentos, ni menos recorrí Chile con amigos o Europa con primos o sola.
Y así dejé de ser la niñita de Algarrobo que usaba cintillo de nylon y me fui transformando, como lo demuestra esta secuencia de fotos en Algarrobo en una perfecta lola hippienta


Mi etapa de Lola, comenzó en forma abrupta, repentina, casual, y también por que no decirlo con ropa ajena. No sé como llegó un mote - cadete de la escuela Naval que cursa primer año- a mi casa, en que mi mamá era apoderada. y como el cuatro de Agosto es la fiesta de la Escuela, y este joven era de provincia y no conocía a nadie, se le ocurre invitarme a mí. Su invitación llegó a última hora probablemente después de haberle fracasado muchas gestiones con otras personas, pero la Katy se iba becada por American Field Services, a Estados Unidos por un año, por lo que los recursos económicos estaban dedicados a prepararle el ajuar a ella.
Esta razón hizo que me ofrecieran gentilmente ir con un vestido gris de muselina, que había sido de la Anita y remodelado ya para la Katy, y traspasado para mí sin ningún arreglo, por lo que creo ser la primera mujer de Chile en usar toda clase de implantes y postizos para poder usarlo.
Días antes me pasaron unos zapatos con taco rock and roll que no era otra cosa que un taquito bajo, abierto hacia afuera, para que aprendiera a caminar por el pasillo del segundo piso. La inversión era un par de medias de seda, de esas que cuando se le iban los puntos las mandabas a reparar a una viejecitas de paciencia infinita, para no alcanzar a ponértelas y de nuevo tener que acudir a ellas.
La cosa es que el día de la fiesta temprano empecé con los preparativos, que como antes dije, incluían toda clase de artefactos ajenos al cuerpo humano. Por ejemplo el vestido me quedaba inmenso en la parte del busto, por lo que fue necesario crear pechugas falsificadas, pero como en esa época no se había descubierto la silicona, se usó algodón rellenando cada copa del corpiño. Los zapatos también me nadaban y nuevamente el algodón fue el sacador de apuro, la peluquería con el feliz escarmenado que te aumentaba la altura por lo menos ocho centímetros y mis tacos rock roll. Me pasó a buscar el mote y nos fue a dejar al Hotel O'Higgins Toño, la cosa estaba funcionando a la perfección habíamos comido y ya empezaba el baile. Comenzamos a bailar, cuando de repente veo que los dos ojos negros de este cadete estaban desorbitados en mis fabulosos pechos, miró y cuan grande sería mi sorpresa al verificar que con el baile, mis implantes estaban absolutamente asomados adelantándome en forma grosera a la época. Como es de esperar, terminamos de bailar, y el cadete disimuladamente se esfumó, no habiéndose visto nunca más en mi vida. Me fui al baño y tras una larga pelea logré acomodarme nuevamente el busto. Salí con la frente en alto, cayó otro cadete y este tuvo la suerte de durar como tres bailes, hasta que nuevamente la desgracia cayó sobre mí. Avergonzada decidí pasar todo el resto de la noche encerrada en el baño haciéndome como la que me arreglaba, ya que no dejaba ni un minuto de entrar y salir gente, pero con todo lo verdadero. Ellas solamente se retocaban el Rouge. La cosa no terminó ahí, ya que a las doce, igual que Cenicienta, por altoparlante anunciaron que me venían a buscar, y que me presentara en el lobby del hotel. Lógicamente que en mi casa conté que había causado sensación y que lo había pasado fantástico. Isita, la dignidad y el estilo antes que nada. Feliz me saque cuanta mierda me había puesto para rellenar el vestido y zapato y agotada me fui a dormir, entre nos bastante avergonzada. Mi casa, que era un entrar y salir de gente me parecía cada vez más divertido. La monja que cuidaba a mi nona de noche, una española llamada Mari Pili se había enamorado de mi primo, y la pillamos con Pepe en más de una oportunidad en situaciones absolutamente confusas, como cuando nos decían que jugarían con nosotros a la escondida y ellos se escondían en el tercer piso a luz oscura. La cosa se le fue complicando tanto a la pobre Mari Pili, que habló con la superiora y no quiso hacer los votos definitivos. Como no le era posible quedarse en el convento, hasta que las monjas le compraran el ajuar y la devolvieran a España, le pidieron a mi mamá que la tuviera en nuestra casa. Salieron con la Drina a comprarle algo de ropa, y la llevaron a la peluquería. El cambio fue impresionante. De monja se veía preciosa, ya que era relativamente alta, morena de tez blanca, y muy acinturada, pero vestida de civil, tenía unas piernas gordas grandes, - elefantiasis- y el pelo que le había faltado por años tomar sol, entonces estaba como raleado. Ese día fuimos al Casino de Viña a mi primer Bingo. La monja fumaba como condenada. Pero eso no me llamaba tanto la atención, ya que otra monja vieja que a veces por temporada mandaban a cuidar a la nona, bajaba a la sobremesa, cuando la nona se había dormido, y se fumaba un cigarro escuchando a la Jubín y al pájaro de turno.
El romance de la Mari Pili no prosperó, no sé si porque ya Toño estaba metido con su actual mujer, la Verónica Merino que había conocido por la Drina, pero la cosa es que solo existieron unas pocas misivas y nada más, una vez que ella volvió a España. Pero igual disfrutaban a concho las salidas a comidas de mis papas, porque les daba mucha más libertad para coquetear.

Llegaba casi fin de año, y la Katy partía a Estados Unidos, más exacto a Minesota, a un pueblito llamado Excelcior.
He recordado muchas situaciones que me ocurrieron durante mi vida escolar: - la plaza - el ejemplo de la ballena Todas tiene en común, el solo hecho de hacerme sentir, reconocida que mi razonamiento no era tan idiota. Es un poco la fuerza que siento que la familia Marinovic-Fabianovic ha impuesto en los hombre, que no solo deben ser, lo que uno espera que sea un hombre sino también EMPRESARIOS. El que es empleado es un huevón. Casi al finalizar el año 1966 otro acontecimiento importante ocurriría en mi vida.

viernes, marzo 24, 2006

MI PRIMERA EXPERIENCIA CON LA MUERTE “Cerraron sus ojos que aún tenía abierto; taparon su cara con un blanco lienzo; y unos sollozando, otros en silencio, de la triste alcoba todos se salieron.... Ante aquel contraste De vida y misterios, De luz y tinieblas, Medité un momento: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos. Gustavo Adolfo Bécquer”.
Los nueve años entraron con golpes. Era septiembre, todo parecía primaveral, los árboles floreciendo, el calor apareciendo, el mes de la patria nos invitaba a unas lindas vacaciones en el campo de Stipe, hijo de mi tía Vicenta, y ubicado al interior de Ovalle, llamado Fundo San Alberto. Los comentarios apuntaban a que era el mejor de la zona, que los profesores de la universidad de la facultad de agronomía lo utilizaban como demostración de lo que era un campo bien administrado. Las vueltas de la vida. No pasaron veinticinco años y estaba quebrado. Sentí mucha pena cuando esto ocurrió, ya que hay metido tanto esfuerzo y tanto corazón, que se perdió el objetivo comercial.
Nuestra familia se alojaba en una casita de inquilinos arreglada de la mejor forma posible, por la mujer de mi primo, Nora Stiepovic, de una rigidez y limpieza poco usual y hasta yo diría poco acogedora y fría con sus invitados o mejor dicho con los invitados de su marido.
Mapa Ovalle- Campo San Alberto- cerca Samo Bajo Era una casa colonial chilena, edificada sobre la loma de un cerro, con una vista extensa a los potreros, deseoso de inspiración para cualquier pintor de paisajes campesinos, y una enorme galería en forma de u que la rodeaba con cerámicas coloradas, que a pesar del lugar debían ser mantenidas tan pulcras como para reflejarse en ellas como un espejo o comer como si fueran un plato, debiendo permanecer en esas condiciones todo el día e incluso la noche. Esto hacía que todo fuese un desagrado. Pisabas y un trapo con una escoba borraba las huellas de tu pisada. Mi mamá nerviosisima para no incomodar a la dueña de casa con los ires y venires de los niños.
Ni soñar con entrar a la casa, solo para algo muy, muy, muy especial, ya que si afuera era de baldosa, adentro también. El living era una verdadera galería de arte. No cabían más cuadros en las murallas, y no importaría si hubiesen sido de cualquier pintor, pero esta pinacoteca, estaba formada por pintores chilenos como Valenzuela Puelma, Benito Rebolledo, Roque Matiajcic, etc. o sea millones colgados de las murallas y otros auténticos como dibujos de Picasso y otros más. Otro de los hobbies de los dueños de casa era la biblioteca, que llegaba a parecer un apéndice de la biblioteca nacional, donde se guardaban hasta escritos de Bernardo O Higgins y otros de esa talla. Con un piso de madera maravilloso que era regularmente alimentado por la agradable cera con mucha parafina. Los dormitorios quedaban en otra de las alas de la vieja casona. Los juegos con la Vicky y Tatiana, las hijas de ellos, eran cocinar queques desabridos, ya que no teníamos idea que junto a la harina también debía agregarse azúcar y con huevo fresco y de intenso color de puesta de sol la yema, que gentilmente nos regalaba a escondida la vieja Carmelita, que más que la cocinera era la cómplice de nuestros múltiples juegos infantiles, como también la creadora de esas canastas maravillosas que preparaba con tanto esmero, cada vez que le avisaban que nos íbamos a caballo de picnic al rió Limarí, ya que uno de sus brazos pasaba por el campo. Cada uno tenía asignado un caballo. A mí me dieron una yegua llamada Cerecita, nombre dado por su color cobrizo, que tenía un potrillo precioso, que nos seguía a donde su madre fuera. Con Tatiana en más de una oportunidad, le sacamos leche a Cerecita y la tomábamos nosotras. Antes de terminar las vacaciones, a la vuelta de uno de esos paseos al río, en el cual la habíamos corrido entera, nos paramos a darles agua a los animales. Parece que esta bebió mucho, hinchándose de tal manera, que al sacarle las cinchas, el capataz nos contó a la mañana siguiente que se había muerto “cortada”
Otra de nuestras entretenciones era ir al pueblo más cercano, Samo Bajo a comprar golosinas, y a la vuelta, para llegar al fundo se debía pasar por una cuesta el cual el camino era muy angosto. Los caballos partían a un paso tranquilo, pero a medida que nos acercábamos a la querencia, los desgraciados se lanzaban a correr a no dar más, y teníamos la alternativa de ir pegado al cerro para no desbarrancarnos, por lo que llegábamos llenos de ramillones y magulladuras, por el roce con ramas y otras que se encontraran en el camino o ir por el borde donde el acantilado y la tierra suelta nos daba la sensación que nos caeríamos, y esa sí que era peor que todos los magullones juntos. En eso estábamos, cuando llamaron de Santiago, para avisar que el nono Lukas había sufrido un infarto cardíaco. Partieron todos los grandes y quedamos los nietos allá. Nos avisaron que el nono había fallecido, pero no recuerdo ningún sentimiento, quizás porque la pena la pasamos jugando. Lo habían llevado al hospital Militar, pero no había resistido su viejo y cansado corazón. Aquella noche, mi mamá le había relatado a los grandes, que el bastón que estaba colocado en la cabecera de su cama se había caído, y ese ruido la había llevado a pensar que al nono algo le había pasado, era como una premonición, era un veintiuno de septiembre de mil novecientos sesenta y dos. Lo que sí me dio mucha rabia fue que no nos llevaran a Santiago, yo nunca había visto a un muerto y algo morboso había en mí que deseaba despedirme. Una vez que pasaron los funerales, mi mamá, probablemente para acompañar a la nona se quedó en Santiago, volviendo en nuestro station wagon Luquitas, el hijo del tío Juan, Stipe y mi papá.
Nuevamente llamaron al pueblo cercano, que llamaran por teléfono a un número en la Ligua. Mi papá se había volcado. Deben haber venido como las velas, cuando pisaron una mancha de aceite, patinando y volcándose posteriormente. Según lo que nos contaban, Luquitas manejaba y si no es por su pericia de apagar el motor una vez volcado, se podrían haber incendiado además. Salieron gateando por el vidrio trasero. Llegaron muy tarde al campo y mi papá traía un moretón en un costado de la frente. Ellos comentaban que era un milagro que no se hubiesen matado y típico que las orejas chicas escuchan lo que no deben oír detrás de las puertas, salía al jardín a llorar de pensar lo que habría significado para mí perder a mi papá. Como no podía quedarme dormida cuando me acostaba, jugaba entonces con la luna. Mi cama estaba al lado de la ventana. Yo cerraba un ojo y miraba a la luna, abría ese y cerraba el otro y miraba la luna y esta se me había corrido, y así entre la luna que se me escapaba, el sueño y el cansancio me vencían, caía en un sueño profundo y reparador. Estuvimos mucho tiempo sin auto mientras lo reparaban. Venía la época en que la nona se iba a pasar su temporada a Viña del mar y esa temporada se alargó hasta que a los cinco años murió. Con la pérdida del nono, a mi abuela se le aceleró lo que ya era una incipiente arteriosclerosis. Mis papas le cedieron su dormitorio, al cual le agregaron un sofá-cama metálico para la enfermera, el primero que veía en mi vida. Yo dormía en la cama de al lado, y eso me significaba que la nona me cantara “Ves el mar tranquilo y bello, que me inspira sentimiento.” Y que me obligara y enseñara a rezar en latín el “Ave María gracia plena.” y a jugar con la enfermera, mientras la nona en forma constante nos hacía callar y nos retaba. Una de las bromas que yo le hacía a la enfermera era hacerme pipí en sus zapatos blancos hechos de badana de una sola pieza, y la suela del mismo material. Esperaba que se acostara, que apagara la luz, que cerrara los ojos, y calladita me levantaba sin que se diera cuenta, y lenta, silenciosa y pausadamente se los llenaba de orina. La idea era, que cuando la nona la llamara en la noche, ella no prendía la luz y solo atinaba a ponérselos para ir a taparla, así no meter bulla, y tampoco desvelarse. Me cagaba de la risa como ella se enfurecía.
Otro de nuestros juegos diurnos era que me enseñaba a sacar sangre. Primero ella a mí, y luego yo a ella. Hoy veo una jeringa y me da fatiga. ¡Como uno cambia! Como va agarrando temores con la vida, que de alguna manera te van limitando. A los diez años, la nona era muy cómica para mí. Con su enfermedad habían días que no reconocía a mi mamá y estaba convencida que se encontraba en una casa de dudosa reputación. Para calmarla se la llevaba a dar una vuelta en auto, volvía a entrar a la casa y nos contaba que la tenían en una casa de “putas”. Otras veces, les preguntaba a los amigos o pololos de mis hermanas, que no deben haber tenido más de diecinueve años, cuando se casaban. Mucho de ellos arrancaron a perderse, otros, fueron más fieles y permanecieron como Enrique Froemel, que era el pololo oficial de la Katy y que como era marino, más bien cadete, probablemente su formación marcial le permitía resistir con valentía ese tipo de preguntas cuando aún era un pendejo. Bueno, la nona a pesar de sus ochenta y tantos años, para la plata era seca, y era súper difícil hacerla tonta. Con la Drina le pedíamos dinero para comprar harina, lo cual era mentira, pero la Drina la necesitaba para comprar cigarros sueltos. Su escondite era genial. Usaba unos corpiños enormes, cosidos en forma de caracol en las copas, y como era tan pechugona, en el camino a la felicidad metía el dinero enrollado y guardado dentro de un pañuelo del nono blanco. Mi papá se encargaba de traerle dinero recién horneado del horno del banco central, que usualmente era monedas doradas de peso y o escudo que ella mágicamente las confundía con oro. Cuando nos llegaba a dar una, llamaba a mi mamá para decirle la cantidad de dinero que nos había regalado a fin de no hacer mal uso de este.
Ya la nona comenzó a levantarse cada vez menos. La enfermera volvió a Santiago y contrataron otra de día y una monjita de la congregación Siervas de Jesús para que la cuidara de noche. Esta es una congregación que nació en España, poco más de cien años atrás con el fin de cuidar a enfermos, como les gustaría a ellas ser tratadas de encontrarse en una situación así. Hoy en chile hay siete casas y treinta y siete monjita Se suponía que estas monjas estaban al servicio de los más necesitados, ya que su lema por sobre todas las cosas es la Oración y la Caridad, pero también los billetes que mi mamá ofrendaba probablemente ayudaban bastante en alivianar sus escuálidos presupuestos con los cuales debían vivir diariamente y mantener su obra. Ya había conocido la muerte, y como la nona vivía con nosotros me preocupaba el tema, sus amigos y parientes se iban muriendo con cierta frecuencia. Durante los veranos recibíamos con frecuencia la visita de mi madrina Anita, la cual iba no porque se muriese de ganas de verme, sino más bien por los panoramas que tenía con dos jóvenes solterones y aparte estupendos. Jorge Goic y Radivoy Pesut. Yo escuchaba que iba a una boite en el casino de Viña o a otra más lejana ubicada en la última curva de Reñaca, llamada El Pelicano y que allí bailaba con los dos, mientras horas antes mi casa giraba en torno a los preparativos de su salida. La trenza hasta la cintura tipo Rapunsel, los pantalones que tenían cinturón y zapatos al juego escoceses mandados hacer especialmente, sin olvidar los pañuelos y pañoletas, en fin, todo lo que significaba arreglar a una chica casamentera. A mi no me gustaba mucho que viniera, ya que convencía a mi mamá de acostarnos más temprano para poder preparar y servir el cocktail a sus dos enamorados y así nosotros no molestábamos. Igual los tipos eran raros Nunca tomaron ninguna decisión con ella. Años más tarde Jorge Goic, murió en forma inesperada y poco clara, cuando cayó al vacío desde la terraza el décimo piso, del edificio Acapulco ubicado a orillas de la playa del mismo nombre en Viña del Mar. ¿Fue suicidio, lo empujaron o se cayó accidentalmente? El otro, se casó cercano a los setenta años, con una viuda que tenía un hijo de dieciocho años, y partieron a Brac a trabajar en lo único que sabía hacer. Pasear gente en su Yate por el Adriático. No duraron ni dos años de casados. A la vuelta ella contaba las penurias que había pasado. Al parecer más que una esposa, necesitaba una empleada-enfermera-secretaria y casarse era lo más barato ya que no pagaba imposiciones.
Otras vacaciones que fueron inolvidables para mí, fue la llegada de la tía Vicenta con el tío Antonio. Era creativa y de imaginación desbordante, de hecho para mí era la más simpática de todas, el tío se debe haber reído mucho con ella, hoy a pesar de más de ochenta años, después de algún matrimonio de la familia, cita a su casa a conferencia, para informarnos en la forma más irónica y divertida, las cosas que a su juicio fueron una perfecta rotería. Le envidio su humor, claro que así como se ríe llora, y pasa de un estado al otro sin mucha complicación. Estando en nuestra casa de vacaciones, el tío cayó con una enfermedad al riñón, nefritis parece, y durante los meses que estuvieron en la casa, las bromas y diversiones no pararon. Aprendieron a bailar twist, de tanto virutillar el piso de todas las veces que se hacían pipí de la risa, y esto ocurría al menos dos veces por día, por lo que en forma permanente las veías después de virutillar, encerar, pasar el chancho o lustra piso y después una escoba con un paño de franela gris que era como para rematar el brillo del piso. En otra oportunidad, en que habían comprado uniforme para la empleada, que consistía en delantal negro a azul marino, con un delantalcito blanco amarrado hacia atrás sobre ese, más una cofia que hacía juego con el delantal pequeño, la tía se disfrazó de empleada, recibiendo al doctor Sergio De Tezanos Pinto que venía a ver a su propio marido, lo hizo pasar, lo acompañó hasta la pieza del enfermo, lo dejó con el tío Antonio mientras avisaba que “iría a buscar a la señora” y a la velocidad de un rayo se cambió para aparecer en gloria y majestad, como la señora Martinic. No se le movió ni un pelo, mientras conversaba con el doctor de los pasos a seguir en el tratamiento. El tío Antonio se quería morir de vergüenza y de la risa, como también este circo le ayudaba a mejorarse. Durante los años del gobierno de la Unidad Popular, (Gobierno de Salvador Allende 1970-1973), en que con frecuencia se hacían tomas de terrenos por parte de los “pobres o comunistas” y donde además se tomaban casas. La tía llamó con voz de angustia a sus hermanos para avisarles que le habían “tomado” la casa. Izó la bandera a la entrada, que era la típica señal de toma y se divirtió viendo como el tío Lukas se paseaba por el frente de su propiedad, sin ser capaz de entrar y ver que estaba sucediendo, lo mismo que el tío Santiago. Según ella eran todas unas tropas de maricones, que con tremendo físico no habían dado la cara. Yo creo que los tíos de huevones no tenían nada, obviamente que de haber sido cierto, los habrían hecho papilla y no estaban dispuestos a morir por una casa, no por una causa. Lloraba de la risa cuando lo contaba y remediaba. Una vez, muerta de la risa me contó que de pasada le dijo a una amiga que “mañana estaría de cumpleaños”. Esta amiga echa a correr la bola y al día siguiente a la ora de onces, aparecieron no una, sino varias amigas con un tremendo regalo. La Anita se le hacían pocas las manos llamando para que les trajeran onces completas de un salón de té, ya que no tenían nada para tan importante acontecimiento.
Bueno, los veintiuno de Septiembre, mi mamá le tenía terror. Años después murió mi nona de Yugoslavia, para esa misma fecha. Recuerdo haber visto llorar a mi papá en el tercer piso y yo sentirme culpable de no tener pena. ¿Pero como iba a tener pena si no la conocí Una quiere además con la vista, con el tacto, y a esta abuelita sola la había visto en fotos. Era tan especiales de unidos la familia de mi padre, que enviaron fotos del cementerio, recortes del diario con el aviso de defunción incluyendo a mi papá y nuestra familia, y así él, a pesar de los más de cincuenta años que no la veía, participó a distinto tiempo, de lo que fue la partida de su madre.
Quiero que se fijen que el aviso de defunción menciona a todos los familiares directos:
Aranka la hija, Zava....., y cada uno de los nietos.


Y..........buscando fotos encontré esto del nono. va ha estar muy chocho que sus hijos, yernos, nietos y bisnietos conozcan un poquito de sus triunfos en los años 36, por su condición de "PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN ATLETICA DE CHACABUCO, DE LA ASOCIACION DE FOOTBALL Y DE TODAS LAS ASOCIACIONES DEPORTIVAS EXISTENTES EN LAS SALITRERAS...".

jueves, marzo 23, 2006

Mi cambio de Colegio “UNA TARDE PARDA Y FRÍA DE INVIERNO. LOS COLEGIALES ESTUDIAN. MONOTONÍA DE LLUVIA TRAS LOS CRISTALES. ES LA CLASE. EN UN CARTEL SE REPRESENTA A CAÍN FUGITIVO, Y MUERTO ABEL, JUNTO A UNA MANCHA CARMÍN. CON TIMBRE SONORO Y HUECO TRUENA EL MAESTRO, UN ANCIANO MAL VESTIDO, ENJUTO Y SECO QUE LLEVA UN LIBRO EN LA MANO. Y TODO UN CORO INFANTIL VA CANTANDO LA LECCIÓN: MIL VECES CIENTO, CIEN MIL, MIL VECES MIL, UN MILLÓN. ANTONIO MACHADO” Bueno, en Marzo entré a un colegio no tan desconocido para mí, era el colegio de mis hermanas; Sagrado Corazón de Jesús, Monjas Inglesas, y ahí me vi obligada a crecer y madurar, ya que de acuerdo a las notas que entregaron las monjas de María Auxiliadora y el examen de admisión que di, decidieron saltarme cuarto básico. Craso error, ya que el hecho que tuviera buenas notas solo significaba que la materia me la sabía en los ramos, sobretodo en los que me habían examinado, pero me faltaba mucha madurez y conocimiento de otras temas que no había rendido. El cambio era radical. Generalmente mi papá nos llevaba al colegio en la mañana, ya que para Viña nos quedaba relativamente retirado de la casa, por donde está la Parroquia de Viña, cerca de la Quinta Vergara. No siempre mi papá nos transportó y ahí tuve mis primeras experiencias con la locomoción colectiva. Una mañana lluviosa, esperando micro para que nos llevara al colegio, se detuvo un bus, que a esa hora venía lleno por la gente que iba a trabajar, alcanzándome a subir yo en la pisadera, y al percatarme que la Drina y la Katy no habían subido y el bus partido, no encontré nada mejor que tirarme de espalda, cayendo sobre una posa de agua y por casualidad mis piernas no fueron arrolladas y cortadas. Que estúpidas son las quinceañeras, se morían de la risa del potazo, y a mí me dolía todo, me daba vergüenza del papelón que había hecho y tenía mucha pena de lo poco que me querían ante tan grave accidente. De esas historias de buses hay muchas, ya que en otras oportunidades nos tocaba ver como un ladrón robaba la billetera de la cartera de mujer o de un bolsillo de un pantalón de hombre, y cuando notaba que nosotros los estábamos mirando mostraba su mano que entre dedos tenía una hoja de gillette, con la cual te señalaba que ante cualquier movimiento te “arrugaba el paño”. Mi llegada al colegio nuevo fue con uniformes heredados, como era mi karma, un jumper escocés en tonalidades café con amarillo, y esperándome en una sala igual de alta que el colegio anterior, la monja De La Maza. Era enjutada, arrugada, Con cara de monja pesada, con hábito de monja antigua, y lo peor de todo, cero psicología, monja vieja pesada. Como la Drina había sido alumna suya, antes de que yo entrara, me tenía entre ceja y ceja y al día me tomó tan mala barra que me obvió el resto del año, llegando incluso a no tomarme en cuenta, lo que en otras palabras era igual que la “ley de hielo”. En ese entonces era un premio que te llamaran a la pizarra a escribir algo, yo levantaba mi dedo, los hacia sonar como castañuelas, los movía golpeándose unos con otros para que sonaran, ¡Nunca me vio! ¡Nunca me llamó para adelante! Monja amargada. Legue a copiar toda la materia en las pruebas directamente del cuaderno que lo ponía en el suelo, y con los pies daba vuelta las hojas. Así y todo me ponía un uno. Me quedé repitiendo y mató mi espíritu de superación, motivación, esfuerzo. Como te puede herir un mal profesor. También en este colegio éramos media pupilas, pero aquí si que la cosa era atroz. Las de sexto año de humanidades (cuarto medio hoy), se sentaban en la cabecera y eran las jefas de mesas. Desde la cocina aparecían las hermanitas- que eran monjas pobres o pobres monjas, daba lo mismo- trayendo un caldero en cada mano, para las dos mesas que les tocaba servir, y que entregaban a la jefa de mesa, quién servía a su absoluto antojo y con relación a su preferencia de comida. Es decir, si le gustaba poco para el resto, si no le gustaba mucho al resto y ella se ensuciaba su plato para que pareciese que había comido. Las mesas eran mezcladas con alumnas de todos los cursos y siempre ponían a las hermanas juntas, por lo que la Katy primero y la Drina después fueron bastantes déspotas como jefas e hicieron cumplir la ley de comerse todo con rigor. Durante el primer plato, que generalmente era una sopa, se escuchaba alguna lectura de la Biblia y todas permanecíamos en silencio, para el segundo plato o de fondo generalmente nos daban una carne seca que más se parecía a una suela de zapatos, acompañada por ejemplo de un puré de betarragas, lo cual por aspecto era asqueroso. Aquí era cuando más apreciabas la generosidad de estas jefas de mesa, te lo daban todo. Ah! Se nos permitía entonces conversar, mientras tomabas mucha agua para poder tragar. Para desconcertarte el postre eran cosas deliciosas, y como un usualmente recuerda lo último llegabas a la casa y contabas lo rico que había sido el almuerzo. En el último patio de tierra, donde estaba el foso de salto alto, se encontraba un añoso árbol de peorrillas, que trajo mucho conflicto en mi casa, dado que la Drina, se dedicaba a reventarlas dentro de la sala de clases y las monjas por el olor no podían dedicarse a sus labores de educación, sino que debían ventilar la sala con las alumnas en el patio. Todo esto hizo aumentar nuestra mala fama, y la monja De La Maza más aún odiarme.
LAS RELIGIOSAS: Madre Paul, Madre Finlayson, Madre Delpiano, Madre Fonseca, Madre Larraín, Madre Carmona, Madre Foncea. Mis hermanas recordarán a muchas de ellas. Las monjas me cargaban cada vez más y yo a ellas. Cada vez que te encontrabas con una, debías reclinarte y decirle “Viva Jesús y María” y ellas en forma displicente te respondían “Y viva San José también” si mal no lo recuerdo. Yo era bastante chica cuando me enteré, que una compañera de la Drina llamada María .., no era igual que nosotras, los padres eran separados y el colegio había autorizado su inclusión dado que era sobrina del Capellán de la Armada de Chile.
¡ Que espanto! todo lo que las alumnas deben haber comentado de ella, y así creíamos en la misericordia y amor de estas monjas, que sabemos nosotras de cuanto la hirieron y cuanto daño le provocaron. Dentro de las monjas, había una que se destacaba por la altura y flacura, no era ni bonita ni fea, bastante pesada, y engreída, era nada menos que la hermana de Monseñor Emilio Tagle, Obispo de Valparaíso, y cada vez que este iba al colegio, lo cual era bastante seguido, debías besarle un anillo con una piedra morada que usaba en el dedo de la mano. Yo que soy asquienta para eso, trataba de no salir de clases para que no me exigieran saludarlo de una forma que iba contra todo lo enseñado por mi mamá. Ni siquiera con ella probabas algo de su misma cuchara, ya que te podía transmitir infecciones, imagínense como era besar algo babeado entonces. Esta monja cuando Lucho falleció me envió una tarjeta de su puño y letra, característica típica de la Monjas Inglesas, solidarizando con mi dolor.
Ese año, junto conmigo entró al colegio la hermana menor de la Angélica, íntima amiga de la Drina, la cual como había tenido poliomielitis, usaba muletas en sus manos para poder caminar, y sobre los zapatos unos fierros a fin de mantener los pies estirados y darle la tonicidad que el músculo no tenía, hasta el comienzo del muslo. Ese año entre todas mis tragedias, fue lo mejor que me pasó. Yo era su ayudante. Eso significaba que cada vez que tocaban la campana, como estaba en otro curso, yo debía ir a buscarla para ayudarle a bajar las escaleras para salir a recreo y después ayudarla a regresar a su clase una vez que este terminaba. Esto me permitía llegar cinco o diez minutos tarde a clases, y jugar en el recreo con sus bastones canadienses como si fueran zancos. Jamás me dieron una palabra o un reconocimiento por mi actitud de compañerismo, es por eso que entendí tanto a Ignacio cuando en primer año básico en el colegio Don Bosco de Iquique, a pesar de su promedio siete, a pesar que había faltado más de un mes por la enfermedad de mi papá y la muerte de Lucho, no le entregaron ningún premio porque “no tenía el 80% de asistencia” ¡Plop, ME CAGO en ese tipo de educación! Ese tipo de maestro sin discernimiento no debería existir. La profesora de matemáticas, la señora Fonzo y la de gimnasia eran las dos únicas que recuerdo como laicas. La primera era una mujer neurótica, amargada, que ante cualquier enojo volaba el borrador de la pizarra- que era de material de madera- sobre la cabeza de la alumna, que a juicio de ella dijo una estupidez o estaba despistada. Inmediatamente, te solicitaba el cuaderno de matemáticas, el cual con letra grande, gorda y una pluma roja, detallaba todo el incidente –siempre a favor de ella- para que al día siguiente lo trajeras firmado por tu apoderado. No entiendo como las mamás no iban a alegar. ¿Sería porque tenía fama de ser una estupenda pedagoga? Y aún más, cuando teníamos que tener un profesor particular para dicho ramo, mi mamá no dudaba en contratar a uno de los dos hijos de ella, que estudiaban en la universidad Federico Santa María, para que nos pusiese al día. ¡Que horror! Mientras más escribo, menos avanzó en la edad, pero son tantos los recuerdos que son muy difíciles no relatarlos. El colegio se encontraba a dos cuadras del Hotel Inglés, y dos veces a la semana mi mamá nos iba a buscar para llevarnos a clase de ballet. Mi sueño era llegar a tener zapatillas de punta dura pero nuevamente la historia se repitió, mis hermanas se aburrieron y me quedé solo con las posturas de los pies, el afirmarse al fierro a fin de bajarse en forma derecha con las rodillas dobladas, el otro brazo estirado graciosamente a un costado y con las ganas de colocarme mi traje de tutú en alguna aparición en el Teatro Municipal.
Pareciera ser que de ese colegio no tengo más recuerdos. No lo pasé bien. Repetí quinto, pasé a sexto, pasé a séptimo y en eso estaba cuando a la Drina le cancelaron la matricula para el año siguiente por conducta, y a mi mamá la iluminó el Espíritu santo y nuevamente me cambiaron de colegio. Esta vez el cambio era más drástico. Colegio inglés. Lo que significaba que todo el verano en Algarrobo tendría clases particulares de Ingles. Así llegue al Saint Margarte s School. Casi dejo de contarles, que camino a casa de vuelta del colegio, pasábamos a una panadería a comprar una hallullas calientes y jugábamos al cruzar la línea del tren, quién permanecía más rato parada sobre el riel, una vez que sonaba el pito que el tren venía y las banderolas avisaban con color rojo, junto a la bajada de las barreras. Dábamos un salto cuando el tren estaba sobre nosotras. Uno cuando es chica tiene un ángel de la guarda más grande que el tamaño de uno. De la que nos librábamos. No existía el miedo en ese entonces que es un elemento de precaución, y actúa como alarma para reaccionar convenientemente. Eso era lo más peligroso, la carencia de miedo.